lunes, 19 de noviembre de 2012

7 de agosto de 1942: Invasión de Guadalcanal

No parece posible alejarse en las últimas efemérides del escenario de la campaña del pacífico de la II guerra mundial. Esto es perfectamente comprensible dada la entidad del choque y la importancia de las flotas que se enfrentaron, además de que su relativa cercanía en el tiempo ha permitido un pormenorizado estudio y documentación.

Sea como fuere, la efeméride de esta jornada nos vuelve a remitir a las disputadas aguas de las islas Salomón, esta vez para ocuparnos de los compases inciales de la campaña que significaría, tras la batalla de Midway, la consolidación del cambio de tendencia en el desarrollo del conflicto hacia la supremacía aliada. La desesperada lucha de desgaste de las fuerzas aeronavales que se llevó a cabo en las aguas que rodean Guadalcanal le ganaría el sobrenombre a la zona de "iron botton sound" al brazo de mar entre la isla de Savo y Guadalcanal llamado "The slot", por la cantidad de buques que fueron hundidos en tales aguas.

El detonante de la campaña fue la construcción de un aeródromo por parte de los japoneses en la isla de Guadalcanal, junto con la ubicación de una base de hidroaviones de la marina imperial en la cercana isla de Tulagi. La posición de las Salomón cortaba la ruta que conectaba Australia con la costa oeste de los EE.UU., y al mismo tiempo ofrecía para los aliados una ruta de asalto al perímetro defensivo japonés en el pacífico desde el flanco Sur. En todo caso no podía consentirse que los japoneses consolidasen su presencia en Guadalcanal.

El plan de invasión fue concebido por el almirante Ernest King, comandante en jefe de la flota de los Estados Unidos. La operación, con el nombre en clave "Operación Watchtower" implicaba el asalto a Tulagi, Guadalcanal, Gavutu y Tanambogo por parte de la primera división de marines, comandada por el general Alexander Vandergrift. La división todavía estaba bastante fresca del entrenamiento y su equipo estaba en curso de modernización. Además, la necesidad de llevar a cabo la operación antes de que el aeródromo se completase y la guarnición japonesa, por aquel entonces escasa, se reforzase, hizo que los suministros y municiones apenas alcanzasen a los previstos para 10 días de campaña.

El componente naval de la operación sumaba 75 buques, bajo el mando del vicealmirante Frank Fletcher, mientras el contraalmirante Richmond K. Turner mandaba las fuerzas anfibias. Por su parte los japoneses sólo contaban en la zona con los grupos de trabajo del aeródromo en Guadalcanal, y menos de 900 hombres del personal adscrito a la base de hidroaviones de Tulagi. 

Amparados en un frente de mal tiempo, la fuerza expedicionaria aliada llegó por sorpresa a las aguas de las Salomón el 7 de agosto de 1942. El ataque se produjo en dos ejes, con una fuerza atacando Tulagi, Florida y otras islas menores mientras otra se encargaba de Guadalcanal. Los defensores de Tulagi lucharon hasta el último hombre y fueron prácticamente aniquilados, en una primera muestra que se convertiría en la norma en los desembarcos de la campaña del Pacífico. En Guadalcanal, el desembarco encontró escasa resistencia, y los marines se hicieron con el fundamental control del aeródromo, que sería rebautizado como Henderson Field en honor a un piloto de los marines muerto durante la batalla de Midway.

Este éxito inicial fue seguido por la inevitable reacción japonesa. bombarderos con base en Rabaul empezaron sus ataques contra la flota de invasión casi inmediatamente. A lo largo del día 7 y al día siguiente se produjeron violentos ataques con el hundimiento de un transporte y daños en un destructor. En tierra, los marines consolidaban sus posiciones. Pero en el mar se mascaba la tragedia. Preocupado por el estado de combustible y municiones de sus buques, así como por las fuertes pérdidas que estaba encajando su componente aéreo, Fletcher decidió retirar su flota de la zona de las Salomón, privando con ello a la fuerza anfibia de cobertura aérea. Ello decidió a su vez a Turner a retirarse cuando todavía no se habían descargado todos los transportes. Turner planeaba descargar el resto más tarde antes de retirarse de la zona. Como veremos en efemérides venideras, ese plan se vería alterado drásticamente. La reacción japonesa no acababa sino de empezar. 

La batalla por las Salomón y en concreto por la isla de Guadalcanal, pese al rápido establecimiento y aparente prevalencia de las fuerzas aliadas en la zona, se prolongaría hasta febrero del año 1943, ocho meses de intensos combates en una jungla malsana y un gran número de choques aeronavales y batallas navales de gran importancia que impondrían un desgaste enorme a ambos bandos. 

Pero eso, una vez  más, será otra historia...

fuentes: exordio.com y wikipedia.

miércoles, 22 de agosto de 2012

6 de agosto de 1943: Batalla del Golfo de Vella

Una de las grandes sorpresas de la segunda guerra mundial, que pasa desapercibida desde el punto de vista actual, fue en su día el nivel técnico y profesional que había alcanzado la marina imperial japonesa. Esto se debió en buena medida a un absurdo sentimiento de superioridad de las potencias occidentales sobre un imperio que estimaban atrasado y sumido en un semifeudalismo. En este sentido, la derrota aplastante de la flota rusa a manos de la japonesa en la guerra de 1904-1905, que ya hemos tocado tangencialmente en este blog y sobre la que volveremos, debiera haber convencido al mundo de que Japón tenía una sólida y moderna doctrina naval.

Sin embargo, lo cierto es que antes de Pearl Harbor se consideraba que si bien Japón tenía una flota considerable, ésta podía ser contrarrestada por la flota del pacífico estadounidense sin problemas. Sin embargo en los primeros meses de la guerra, se mostró como un instrumento de guerra afinadísimo e hiperentrenado y motivado, arrasando todo a su paso. Este instrumento se basaba en varios campos pioneros. Uno, el más conocido, era su fuerza de portaaviones y sus correspondientes fuerzas aeronavales, muy superiores en doctrina y táctica a sus homólogas. Otro pilar, del que nos ocupamos hoy, era una fuerza moderna de destructores y cruceros equipados con torpedos de largo alcance, los denominados "Long Lance" o type 93, considerado el mejor torpedo de su tiempo. Los destructores japoneses desarrollaron una depurada técnica de combate nocturno con torpedos que les reportó numerosas victorias. Sólo la introducción del radar y de tácticas adecuadas por parte de los estadounidenses pudo equilibrar la balanza, tras una serie de calamitosas derrotas.

Pues bien, la efeméride que nos ocupa hoy fue la primera ocasión en la que los estadounidenses pudieron plantear una batalla a la marina imperial japonesa en su campo, es decir, un combate nocturno entre flotillas de destructores al torpedo y cañón, y ganarla claramente. Esta aseveración, sin embargo, como veremos, no refleja la realidad pura y dura, ya que la flotilla japonesa no iba en patrulla de combate, sino en misión de transporte, y fue objeto de una bien planificada emboscada. Sin embargo, ello no obsta al hecho de que la U.S. Navy fue capaz de organizar y ejecutar una operación nocturna de destructores casi perfecta utilizando tácticas ajenas con el inestimable añadido del radar.

Ya nos hemos ocupado con anterioridad del llamado "Tokio Express", las flotillas de destructores empleadas para abastecer a las tropas japonesas en las Salomón desde Rabaul. Estos buques, en rápidas operaciones nocturnas, eran muy difíciles de interceptar, pero también era cuestión de tiempo que al fin la trampa se cerrase sobre ellos. A finales de julio y principios de agosto de 1943, el Tokio Express" había realizado tres "correrías" exitosas, pero las cosas empezaban a complicarse. En el último de esos transportes, del 1 de agosto, 15 lanchas torpederas PT habían intentado sin éxito emboscar a la flotilla japonesa, resultando una de ellas, la PT 109, hundida al ser embestida por el destructor Amagiri, como ya reflejamos en su día. Ante las urgentes necesidades de la guarnición de la isla de Kolombangara, el alto mando Japonés ordenó otra operación repitiendo la misma ruta por cuarta vez para llevar 950 hombres y suministros a la isla, pese a las reticencias del oficial al mando de la flotilla. 

De esta forma, en la noche del 6 de agosto de 1943, los destructores Hagikaze, Arashi, Shigure y Kawakaze (éste último sustituía al Amagiri, dañado por el abordaje a la PT 109), partieron hacia Kolombangara. Contrariamente a las ocasiones anteriores, en las que uno de los destructores actuaba como piquete de descubierta sin transportar tropas, esta vez todos iban cargados. Por lo tanto, ninguno de los destructores actuaba como buque de combate puro, y encima se repetía la ruta de las tres últimas ocasiones. Fue la receta para el desastre. 

No hubiese sido así si la U.S. Navy hubiese mantenido su nivel de ineficiencia demostrado en la anterior salida, pero esta vez, para variar, la empresa de interceptar al express se asignó a una fuerza pura de destructores. El alto mando americano no confiaba en absoluto en este sistema, pero la falta de una fuerza de cruceros disponible dejaba ésta como única opción. De esta forma, los destructores USS Dunlap, Craven, Maury, Lang, Sterett y Stark, al mando del capitán Frederick Moosbrugger, se dirigieron al golfo de Vella divididos en dos grupos. Uno tenía la misión de atacar con torpedos y el otro de cruzar la línea tras el ataque y cañonear al enemigo. Para no delatar su posición en espera con el radar encendido, Moosbrugger ordenó que no se abriese fuego de cañón hasta que los torpedos estuviesen alcanzando su objetivo. Se afinaron las espoletas y la profundidad de recorrido de los torpedos, equipados con una nueva cabeza explosiva. Los tubos lanzatorpedos fueron cubiertos con paneles para que no se produjesen flashes delatores al dispararlos. Nada se dejó al azar. Cuando se recibió el parte de un avión de reconocimiento avistando la flotilla japonesa, los dos grupos tomaron posiciones entre el rumbo previsto del enemigo y tierra firme, enmascarando su posición contra el horizonte en una noche sin luna, y esperaron. 

A las 23:33 horas se produjo el primer contacto radar, que se tradujo claramente en 4 marcas. Todos los buques fueron avisados. La flotilla se desplegó y a las 23:41 Moosbrugger ordenó abrir fuego. 24 torpedos entraron en el agua en un lanzamiento de libro. A las 23:43 un vigía del Shigure da la alarma, pero ya es tarde. Este destructor, con las calderas en mal estado, se había rezagado en la formación, y eso contribuyo a salvarlo. a las 23:45 una serie de fogonazos anunciaron que 7 de los torpedos habían encontrado su blanco. El Shigure también fue alcanzado, pero era su día de suerte. El torpedo no explotó, perforando limpiamente la hoja del timón. El destructor japonés lanzó casi a ciegas una contrasalva de torpedos y se retiró. Los otros tres buques ardían como teas, mientras atraían el fuego de cañón del segundo grupo estadounidense.

Los destructores de Moosbrugger se acercaron a intentar socorrer a los soldados y marineros japoneses que se debatían en el agua, pero éstos rehusaron ser rescatados, lo que se tradujo en la muerte de más de 1.000 hombres, la mayor parte ahogados. Casi trescientos alcanzaron la costa a nado y se incorporaron a la defensa de la isla, sólo para ser evacuados al poco tiempo.

De modo que, finalmente, los estadonidenses habían cazado al Tokio Express. No sería sin embargo el último coletazo del "Long Lance". Pero eso, una vez más, será otra historia...

Fuentes: Wikipedia, Destroyer History Foundation.

lunes, 6 de agosto de 2012

5 de agosto de 1936: El denominado "convoy de la victoria" rompe el bloqueo del estrecho de Gibraltar

Procurando siempre en la medida de lo posible ceñirnos a los hechos, hoy nos toca reflejar una efeméride relacionada con un episodio muy doloroso de la historia ya no tan reciente de España. Es indudable que ello puede implicar herir ciertas sensibilidades, pero una mirada desapasionada a hechos históricos nunca perjudica a nadie, y obviarlos resultaría a nuestro modo de ver un desagravio para los protagonistas, de uno y otro bando.

Tras la sublevación del 18 de julio de 1936 de un grupo de generales contra la Segunda República de España, se produce una situación harto confusa mientras determinadas zonas y unidades militares se sublevan o se mantienen leales a la república. No ayuda a la confusión el que la primera medida que toma el gobierno de la república sea la disolución de las fuerzas armadas. En un maremágnum de suspicacias, recelos y caos, resulta evidente que las principales fuerzas con que cuentan los mandos sublevados, y las de mejor calidad, se encuentran en el norte de África. De hecho es la zona de dominio indiscutible de los sublevados y principal base de la rebelión. Sin embargo ello plantea un problema importante, que es el aislamiento de esas fuerzas de la península y de los centros de poder. En un ambiente de lealtades cambiantes, la principal baza de un bando sublevado que todavía adolece de falta de organización es conseguir llevar esa fuerza a territorio peninsular. Esta misma atomización y descoordinación de uno y otro bando llevará a que la rebelión no sea sofocada ni triunfe totalmente, dejando un escenario de bandos diferenciados que llevará a una cruenta guerra civil y una no menos cruenta posguerra.

Pues bien, de entre los mandos sublevados resulta ser el General Francisco Franco, que todavía no ostenta el mando supremo, el que impulsa el proyecto de llevar el ejército de África a la península por cualquier medio.Y por cualquier medio entendemos la creación con medios muy limitados de un puente aéreo, hito que no nos ocupa en esta efeméride, así como el transporte por mar de una buena parte del ejército de África, de manera que pueda contar con un núcleo de tropas leales y entrenadas en la península, y contribuyendo de esta forma a decantar la balanza del lado de la sublevación en Andalucía antes de que el gobierno republicano reaccione.

En contra de esta necesidad perentoria se hallaba el hecho de que la armada había permanecido en su mayor parte leal al gobierno. La especial relación entre mandos y tropa que se da en el marco de la tripulación de un buque y la cierta situación de aislamiento de los mismos dió lugar a que muchas de las unidades permaneciesen en poder de la república pese a que sus mandos tuviesen intención de sumarse al alzamiento. Ello dio lugar a una serie de amotinamientos, de detenciones de mandos y un verdadero caos en las bases y buques en el que tampoco nos detendremos. En conclusión, las principales unidades de la flota en la zona permanecieron fieles a la república, aunque el caos imperante así como la detención de muchos mandos superiores restaron efectividad y operatividad a estos buques. 

De esta forma, las fuerzas gubernamentales en la zona contaban con el acorazado Jaime I, los cruceros Cervantes y Libertad, los destructores Sánchez Baizcartegui, Almirante Ferrándiz, Jose Luis Díez, Churruca, Lepanto, Alcalá Galiano y Lazaga, así como cinco submarinos costeros. De estas unidades, las plenamente operativas con las salvedades ya apuntadas eran los destructores, que de hecho se estaban turnando en vigilancia del estrecho precisamente para evitar el cruce del mismo por parte de las tropas sublevadas. Esto no debe llevarnos a engaño, ya que uno solo de estos destructores, sobre todo de la clase Churruca, unidades modernas para la época, de diseño similar a las clases de destructores oceánicos de la Royal Navy británica, resultaba superior al conjunto de las unidades que los sublevados ponían oponer en la zona. 

Estas eran el cañonero Eduardo Dato, el guardacostas de escaso valor militar Uad Kert, y el antiguo torpedero T 19. La desproporción de fuerzas era notoria por lo tanto, y la operación lo fiaba todo a conseguir sorprender al enemigo y a la escasa distancia de la travesía, de manera que si los navíos gubernamentales no conseguían cerrar rápidamente sobre el convoy, este pudiera alcanzar Algeciras. Se aprestaron para en transporte los mercantes Ciudad de Algeciras, Ciudad de Ceuta, y los remolcadores Arango y Benot. Pese a todos los consejos en contra, se toma la decisión de embarcar a 1.600 regulares, seis cañones de 105 mm, dos ambulancias y pertrechos en los buques en la noche del 4 al 5 de agosto de 1936. Simultáneamente se alistan como apoyo aéreo todos los aviones presentes en ese momento, que son dos viejos hidros Dornier Wal, seis Breguet 19, dos cazas Nieuport, tres fokker F VII civiles y tres Savoia SM 79 italianos, únicos aviones modernos del grupo.

Al amanecer del 5 de agosto de 1936, despegan varios aviones para explorar el estrecho. Localizan al destructor Lepanto, que es atacado y alcanzado por una bomba, siendo obligado a refugiarse en Gibraltar. El resto de unidades detectadas se encuentran demasiado lejos para intervenir, por lo que se da la orden de que salga el convoy. Lo hará a las 16:30 sin orden de marcha, es decir, cada uno a la máxima velocidad posible sin guardar posiciones. Esto hace que los buques más lentos queden rápidamente rezagados, y la mala mar hace que el remolcador Benot deba dar media vuelta. Este desorden hace que el escolta más rápido, el Dato, deba recorrer la línea una y otra vez.

Es entonces cuando aparece al oeste del convoy el destructor Alcalá Galiano, que rápidamente pone proa al convoy y abre fuego con su bateria de proa de 120 mm. El Dato rompe entonces la línea y aproa al destructor, abriendo fuego con su batería de 101,6 mm al límite de su alcance efectivo. Desde las baterías de costa de Ceuta también disparan contra el destructor. Éste varía el rumbo para pasar por la popa del último buque del convoy, mientras centra en sus andanadas al cañonero, que venía de vuelta encontrada, y que vira a estribor para descentrarse y situarse en un rumbo paralelo mientras protege la retaguardia del convoy. Es el momento crítico, en el que se suman como pueden el Uad Kert con su única pieza de 76 mm y el T19 con sus dos cañones de 47 mm. En esos momentos ya está el convoy entrando en la bahia de Algeciras. El Dato alcanza en ese momento con algún disparo al destructor, y hacen su aparición los dos hidros Wal que atacan lanzando hasta 18 bombas ligeras. Acosado por mar y aire, el destructor rompe el contacto ya casi a la altura de Punta Europa, y se aleja. 

El Eduardo Dato fue el último buque en amarrar, cuando aparece entrando en la bahía la silueta de un destructor. Se abrió fuego contra el mismo, cayendo las andanadas bastante cercanas a su proa mientras el cañonero se hallaba todavía amarrado a puerto. Sin embargo resultó ser el destructor británico HMS Basilisk, muy similar a la clase Churruca a la que pertenecía el Alcalá Galiano.

1.600 hombres del ejército de África, contra todo pronóstico, se hallaban en tierra peninsular. Se abría el telón para la tragedia.

Fuentes: blog.todoavante.es, foros gran capitán, wikipedia.


miércoles, 9 de mayo de 2012

4 de agosto de 1704: Fuerzas angloholandesas toman Gibraltar



El 1 de noviembre de 1700 Carlos II, último rey de la dinastía de los Austrias, muere sin descendencia. El conflicto sucesorio que se abre a continuación desemboca en la llamada Guerra de Sucesión a la Corona española. En la misma se vieron involucradas todas las potencias europeas de la época, que tomaron partido por uno u otro de los pretendientes en lo que prometía, y resultó ser, un provechoso desmembramiento de uno de los imperios más poderosos y extensos, que arrastraba una larga decadencia de la que el reinado de Carlos II fue el colofón. El resultado de tal guerra tendría una importancia crucial en el equilibrio de poder en los siglos XVIII y XIX, y muchas consecuencias del mismo perduran hasta nuestros días. Dos de las más evidentes son el reinado de la casa de los Borbones en España, y la soberanía británica sobre el Peñón de Gibraltar, siendo el único de los dominios del Imperio Británico subsistente en Europa y una herida abierta en las relaciones angloespañolas.

Dos fueron los candidatos al trono vacante. Por un lado Felipe de Anjou, de la casa de los Borbones, nieto de Luis XIV, el rey Sol, y que por tanto contaba con el respaldo de Francia, potencia dominante de aquel entonces, que veía la posibilidad incluso de unificar un inmenso imperio con los territorios ultramarinos de España bajo el dominio de los Borbones. Precisamente para evitar esta supremacía francesa, la otra candidatura, la del Archiduque Carlos de Austria, fue apoyada por Inglaterra, Holanda y el Sacro Imperio Romano Germánico, que formaron la  Gran Alianza de La Haya ante la aceptación del testamento de Carlos II por Luis XIV y la entrada en España de Felipe de Anjou como rey. Esto da lugar a que en 1702 la Gran Alianza declare la guerra a Francia y España.

Este panorama se complica por el carácter civil de la contienda, ya que diversas regiones y reinos de la Corona Española también toman partido por una causa o la otra, causas que por cierto llevan aparejadas su propia idiosincrasia y política, caracterizada la borbónica por un eminente centralismo, algo que a priori echó a las nacionalidades históricas en brazos de la causa austracista por la amenaza a sus fueros y privilegios. De esta forma la guerra de sucesión tuvo también un marcado carácter de lucha interna y de cambio de sistema de gobierno. Este ambiente, en el marco de un imperio decadente, en bancarrota y con escasas o nulas fuerzas en el campo militar, abonó el camino para que los beligerantes cercenasen intereses españoles aún cuando en teoría se encontraban respaldando a un pretendiente al trono.

Esto fue básicamente lo acontecido con Gibraltar. Inglaterra y las provincias unidas de los Países Bajos (Holanda) contaban con las mayores y mejores fuerzas navales de la época, junto con Francia y su ascendiente Marine Royale. De esta forma se aprovechó la superioridad naval para acosar al tráfico de caudales, con la captura de galeones de Indias y el ataque a la flota de la Plata en la ría de Vigo, en la llamada batalla de Rande, en 1702. La flota angloholandesa por tanto campaba a sus anchas en el litoral peninsular.

En marzo de 1704 el pretendiente Carlos de Austria desembarca en Lisboa, desde donde pretende avanzar hacia Extremadura por tierra. La flota angloholandesa se dirige al mismo tiempo a Barcelona, bajo el mando del almirante británico George Rooke y el designado como virrey austracista de Barcelona, el príncipe de Hesse-Darmstadt. Sin embargo fondeados frente a la ciudad, ésta se declara fiel a Felipe V y tras bombardear la plaza, la flota se retira. Es entonces cuando surje la idea de atacar la plaza de Gibraltar, de la que se tienen noticias de que se halla casi indefensa, y que puede permitir la ocupación de un bastión en todo un eje estratégico para la causa Austracista.

Efectivamente, cuando el 1 de agosto de 1704 la flota entra en la bahía de Algeciras, con 61 buques de guerra, 25.000 marineros y 9.000 infantes, y una dotación artillera de 4.000 cañones, las defensas de la plaza son exiguas. Gibraltar basa su defensa en unas fortificaciónes de un siglo de antiguedad, constridas bajo mandato de Carlos V, y obsoletas ante la incrementada potencia artillera. En esas fortificaciones se emplazan 100 cañones, la mayor parte inútiles y que sólo cuentan para su dotación con unos 100 soldados, a los que se unen milicias civiles hasta completar un desolador panorama de 470 defensores, al mando del sargento mayor Diego de Salinas.

La situación no puede ser peor para la defensa. Los medios con que cuenta imposibilitan una larga resistencia, tanto al asedio como al simple asalto masivo, y por otro lado tampoco es de esperar un socorro exterior en un plazo razonable que pudiese obligar a retirarse a la flota. De todos modos el cabildo junto con los mandos Gibraltareños rehusó reconocer al Archiduque Carlos y declaró su fidelidad a Felipe V. De este modo, se producen los primeros movimientos, con el desembarco de un contingente de cerca de 4.000 hombres en la actual Puente Mayorga. Tras diversos movimientos intimidatorios, finalmente el 2 de agosto 1.800 hombres bajo el mando del Príncipe de Hesse-Darmstadt forman ante los muros en el itsmo, y el almirante Rooke ordena a su flota atacar los muelles y la fortaleza. A las 5 de la mañana del 3 de agosto la flota abre fuego. El pánico cunde en la ciudad y parte de la población acude a refugiarse al santuario de la Ermita de Punta Europa. Simultáneamente un grupo de milicianos catalanes que servía a la causa austracista consigue desembarcar en lo que hoy se conoce como Catalan Bay. Pese a un pequeño revés cuando los defensores vuelan la torre del puerto nuevo cuando es asaltado por fuerzas navales, finalmente tropas bajo el mando del Almirante Byng toman como rehenes a una parte de los civiles y cercan la ciudad por el Sur.

Ante este panorama, y tras cinco horas de un nuevo bombardeo, en la Plaza se iza la bandera parlamentaria. Tras negociarse la vuelta de los rehenes y la salida de las tropas con armas y bagajes, así como la salida de la población gibraltareña, el 4 de agosto de 1704 se realiza la entrega formal a la plaza al Principe de Hesse-Darmstadt. De esta forma Gibraltar pasaba a control austracista.

Sería posteriormente cuando George Rooke, apercibido de la increíble posición estratégica del enclave, nombró el peñón bajo soberanía de la reina Ana de Inglaterra, en lugar de bajo la soberanía del archiduque Carlos de Austria que decía defender. Durante los 9 años siguientes tropas francesas y españolas intentarían sin éxito recuperar la plaza.

Las hostilidades terminan el año 1713 con el tratado de Utrecht. Inglaterra consigue su parte de los despojos: la cesión a perpetuidad de la isla de Menorca y del Peñón de Gibraltar, bajo úna única cláusula, que es que si el territorio dejaba de ser británico, España tendría el derecho a recuperarlo.

Gibraltar se convirtió en el eje de múltiples batallas y disputas, siendo intentada su recuperación por España en varias ocasiones. Asimismo fue escenario y base privilegiada de la Royal Navy que la ha llamado desde siempre "The Rock", aprovechando su excelente posición estratégica. Base de la Fuerza "H" en la segunda guerra mundial y perfil reconocido y amigo para seis generaciones de marinos británicos durante 300 años, Gibraltar es uno de las piedras angulares y lugares eminentes de las simbología del poder naval de Gran Bretaña. Nos encontraremos con este hito geográfico más de una vez en este periplo.


Pero eso, una vez más, será otra historia....

Fuentes: Wikipedia, todoababor, elaboración propia
Pinturas: "El último de Gibraltar" Augusto Ferrer-Dalmau
              "HMS Victory towed into Gibraltar" Clarkson Stanfield

viernes, 16 de marzo de 2012

3 de agosto de 1492: Cristóbal Colón parte hacia las indias

Resulta muy difícil enfocar una efeméride en la que Cristóbal Colón haya tenido alguna intervención sin encontrarse una polémica. Parece ser que todo está en duda respecto del marino y descubridor. Por supuesto, desde este blog no vamos a tomar partido por ninguna de las teorías respecto a la cuna de Cristóbal Colón, sus intereses o los datos con los que contaba a la hora de encarar la que sería su gran empresa.

Actualmente existen pocas dudas de que realmente Colón no fue el primer europeo en descubrir tierras al otro lado de la mar océana. Los viajes de los vikingos y su establecimiento en Terranova están ya muy documentados, y son legión los estudios sobre posibles viajes fenicios que podrían haber topado con el continente americano bastante antes. Sin embargo, todas esas polémicas encierran una conclusión bastante estéril, y es que ninguna puede desmentir el hecho de que fue con la expedición de Cristóbal Colón de 1492, bajo el patrocinio del Reino de Castilla, cuando la existencia del nuevo continente fue aprehendida por los reinos europeos de forma definitiva y fehaciente, cambiando el mundo tal y como lo conocemos. Por ello creo que el apelativo de "descubridor" que se le ha intentado negar a Cristóbal Colón, hace total justicia a su figura y a su innegable gesta.

El hecho de que sea un tema tan trillado no resulta excusa para no tratarlo o dejarlo de lado en estas efemérides, y es entonces cuando uno se encuentra con que un hecho tan establecido y notorio como la partida del viaje del descubrimiento desde el puerto de Palos, en Huelva, es también discutido, ya que se afirma que pudo haber partido en realidad del puerto de Pals, en la actual Girona, por aquel entonces en el reino de Aragón. Ello va en consonancia con las diversas teorías sobre el origen de Colón, respaldando evidentemente ésta la vertiente catalana de la historia. Desde el mayor de los desconocimientos sobre este tema y previas las pertinentes excusas, esta teoría implicaría borrar de un plumazo la existencia de Martín Alonso Pinzón y su hermano, todas las figuras que intervinieron en la preparación de la expedición, la prolija documentación sobre la adquisición de las carabelas y la nao, el rol en que figuran tripulantes mayoritariamente de la zona de Moguer, en Huelva, y una miríada de datos que figuran, negro sobre blanco, desde hace siglos. Por lo tanto alejándonos un tanto de polémicas que se nos antojan un poco interesadas y escasamente fundadas, nos centraremos en la historia oficial.

Tras diversas vicisitudes y habiendo sido rechazado su proyecto por el reino de Portugal, Colón consigue no sin esfuerzos el apoyo de la Corona de Castilla para el proyecto de abrir una nueva ruta a las Indias navegando directamente hacia el Oeste. El proyecto implica una alternativa a la ruta exploratoria portuguesa que rodea toda África doblando el cabo de Buena Esperanza y supone una posible área de expansión para los Reyes Católicos tras la consolidación del dominio peninsular. El proyecto implica asimismo seguir la teoría de la esfericidad de la tierra y de que por tanto ésta se puede circunnavegar. Isabel de Castilla somete el plan al examen de un Consejo de Expertos que se reúne en la Universidad de Salamanca y lo consideran poco viable precisamente porque siguen el concepto de esfericidad de Erastótenes, mucho mayor en su dimensión al manejado por Colón, y que sólo tiene un error de un 1% respecto a la aceptada actualmente. Este hecho resulta destacable porque el Consejo tenía razón, y el proyecto hubiese resultado un fracaso por la enorme distancia a recorrer, de no ser porque en la ruta se hallaba todo un continente hasta entonces ignoto.

Lo cierto es que Colón consigue el apoyo de Castilla y a través de las Capitulaciones de Santa Fé llega a un acuerdo con los Reyes Católicos en cuanto a las condiciones y el patrocinio de la expedición, el otorgamiento a Colón del título de almirante y virrey de todas las tierras que descubriese y un porcentaje de participación en los beneficios y gastos de la empresa, dotada con tres buques. Asimismo se despacha una cédula que impone a la Villa de Palos la dotación y equipamiento de dos carabelas.

Colón se desplaza entonces a Palos, donde tiene que vencer las reticencias locales a una empresa considerada como una locura. Sin embargo Colón consigue el apoyo del navegante local Martín Alonso Pinzón, que aportará a la expedición un gran capital y facilitará el enrolamiento y la dotación de las naves, eligiendo personalmente las dos carabelas y mandando La Pinta.

Finalmente se aprestan para la expedición los siguientes buques:

Nao Santa María: navío de tipo carraca, el más grande de la expedición, construida según parece en Galicia, y llamada originalmente La Gallega, propiedad de Juan de la Cosa. Arbolaba tres palos con velas cuadras en el trinquete y mayor, y una latina en la mesana. Desplazaba 240 toneladas.

Carabela La Pinta: carabela nórdica de tres palos, los dos primeros con velas cuadras y el de mesana con vela latina. particularmente rápida, construida en Palos y alquilada por el Concejo de la villa para la expedición. Desplazaba 115 toneladas. Fue la primera en llegar con la noticia del descubrimiento al puerto gallego de Baiona.

Carabela La Niña. carabela de velas latinas, convertida a cuadras como La Pinta en la recalada en Canarias. Construida en Moguer. Desplazaba 100 toneladas y destacaba por ser muy buena maniobrera.

De esta forma, el 3 de agosto de 1492, Cristobal Colón al mando de los tres buques con una tripulación total de 90 hombres, partía del puerto de Palos con destino a lo desconocido, en una singladura que había de transformar el mundo.

Pero esa, una vez más, será otra historia...